No tengo problema en leer libros en formatos digitales. El tocar los libros y su olor, no es algo que me vuelva loco. Lo que sí me vuelve loco es entrar a las librerías y ver tanto libro junto. Es como un universo de todos los universos. Es como que todos los libros me hablaran, es como las historias infinitas de Borges.
Pero lo que he descubierto que no me gusta de los libros digitales, es que son egoístas. Egoístas porque se quedan guardados en tu Kindle o dispositivo electrónico. No provocan a nadie aunque los compartas, los envíes por correo o por WhatsApp. Se quedan ahí como dormidos egoístas sin vida.
En cambio un libro físico está, es un ser, en las bibliotecas de tu casa o encima de los muebles o perdidos tantas veces en los asientos de un avión o en un Uber. Cada libro físico es una provocación, te llama, es un ser vivo, no está dormido, habla, te mira a los ojos aunque no quieras verlo. Con sus tapas o sus bordes escritos te llama una y otra vez, hasta que un día lo tomas, lo abres y todo cambia.
Crees que lo ignoras, pero una vez que lo viste y te miró a los ojos se inyecta en alguna parte de tu vida ese par de ojos con forma de rectángulo pequeño.
No es el olor ni la forma de su portada, ni la textura de sus “ojas”, sí ojas porque sus hojas son los ojos que te miran. Es porque un libro físico se conecta indefectible a tu alma y pasa a ser parte de ti. Vivan los libros físicos!!! Olé !